28 mayo 2017

¿Una RBU de derechas?

RBU: Renta Básica Universal. El peligro pasa por vaciar la RBU de contenido social y disruptivo y evitar el desarrollo de unas potencialidades a todas luces enojosas para la derecha.

Cada vez que una persona, sin importar procedencia u ocupación, afirma que lo que va a decir o a hacer o lo que sea -o incluso ella misma- no es de derechas ni de izquierdas, un prejuicio me pone en alerta ante lo que se me viene encima, ya sea un discurso, un análisis o una solución. Y digo que es un prejuicio, o sea: un juicio previamente formulado, pero por ello no sin fundamento: ahí están a libre disposición qué, y en qué, queda lo dicho, lo hecho e incluso la persona misma que se afana y ufana de que eso de derechas e izquierdas ya está periclitado. Y queda en que es de derechas.

Por eso uno agradece que aún haya personas con un mínimo de rigor que hablen de lucha de clases, y no desde la orilla sindical: W. Buffet, NYT, 26/11/2006, “There’s class warfare, all right, but it’s my class, the rich class, that’s making war, and we’re winning.”, o hable de derechas e izquierdas, como Marc Vidal, quien al referirse a la RBU (que el llama “Renta Mínima -o a veces Salario Mínimo- Universal”) afirma que, con independencia de las fuentes de financiación, existen dos RBU[1]: la de derechas (la buena: “garantía de bienestar”) y la de izquierdas (la mala: “jaula de voluntades y libertades”).
¿Puede ser de derechas una RBU?
La pregunta es de una malicia enervante, y cabe decir que la afirmación de Marc Vidal de una supuesta RBU de derechas persigue precisamente que nos enredemos en la trampa que yace escondida en dicha pregunta: el mero hecho de plantearnosla provoca que se abra en nuestra mente la posibilidad de una RBU de derechas (como aquello de “no pienses en un elefante rosa”, que ineludiblemente te lleva a pensar, pues precisamente ése es el efecto buscado, en un “elefante rosa”). Ésa no es la pregunta correcta.
La pregunta pertinente, y ya totalmente necesaria por el peligro que seguidamente expondremos, es ¿puede la derecha, la clase de Buffet y de Vidal, tergiversar la RBU y, alejándola de sus principios sociales y disruptores, convertirla en otra cosa?
Puede. Y ahí radica el peligro: la derecha quiere, y puede, subvertir la razón de ser de la RBU ¿Cómo? Recordemos, primero, qué es la RBU:
El concepto de RBU es el de un importe que reciben periódicamente todas las personas por el hecho de ser ciudadanos del país que se trate. No sustituye ningún ingreso privado ni precisa de ninguna condición. Permite acumular todas las otras rentas que el ciudadano pueda conseguir y, por lo tanto, en ningún caso desincentiva al trabajo, al no perderse esta renta cuando se consigue otra.
El objetivo principal de la RBU es la eliminación de la pobreza. Pero no nos tenemos que quedar aquí. La importancia de la RBU se percibe en toda su dimensión cuando se toma en consideración la libertad que gana una persona si dispone de la misma. Garantiza un nivel mínimo de consumo, y esta es la condición para acceder a todo lo demás. La persona ha ganado un empoderamiento que le permite escoger su modelo de vida. Por ejemplo, la posibilidad de decidir qué actividad, remunerada o no, llevará a cabo.
Estamos ante una renta que la cobrará todo el mundo, independientemente de su nivel de ingresos. También es independiente de si vive sola o acompañada, de si ha trabajado o no, de su edad, de su género. La cobrará desde el momento del nacimiento hasta su muerte. La condición es ser ciudadano, y si esta RBU se extiende a todos los países, la condición será́ haber nacido.
¿Porqué consideramos a la RBU como una propuesta de izquierdas? Detallemos los motivos que nos llevan a considerar a la RBU como una política digna de ser defendida por todo partido de izquierdas y sindicato de clase:
- Por ser Universal y no dividir la población entre quien la recibe y quien no, no genera ningún tipo de discriminación o marginación.
- Ataca el fundamento económico de la desigualdad extrema, pero no niega la posibilidad del mérito como opción individual.
- Es la lógica continuación del Estado del Bienestar, siendo un paso de importancia equiparable a la universalización de la sanidad.
- Por ser un derecho subjetivo, independiza al perceptor, es decir, a la sociedad en su conjunto, de posibles sesgos de la Administración.
- Elude la trampa de la pobreza y combate la exclusión, permitiendo a la ciudadanía optar con una mayor igualdad de oportunidades a un trabajo u ocupación -asalariado o no- digno y acorde a su voluntad y capacidad.
- Aumenta la sensación de pertenencia, en libertad y no coactiva, a la comunidad, sin otra exigencia que la de ser ciudadano.
- Su puesta en marcha implica una mayor progresividad en las políticas fiscales, incidiendo en la mayor capacidad redistributiva de las mismas.
- No cuestiona la producción, por lo que ni es ludita ni se opone a los avances técnicos u organizativos. Sí cuestiona, sin embargo, cierta políticas de distribución de lo producido. 
Si en cualquier buscador de internet pedimos que busque argumentos contra la renta básica, nos saldrán varios cientos de miles de referencias: está claro que existe una abundante y prolífica actividad discursiva contra la RBU[2]. Pero podemos advertir matices en varios textos de los últimos 12 meses, como por ejemplo el artículo de The Economist (https://goo.gl/TnuIuE) donde tras advertir “sobre los efectos negativos para la economía del establecimiento de una renta básica universal y acusa[r] a quienes proponen su creación de haber ‘subestimado’ las consecuencias”, finaliza afirmando que con todo “una renta básica podría tener sentido en un mundo de solapamiento tecnológico en el que las máquinas han destruido una parte importante de los empleos que realizaban las personas”. Y como éste, muchos otros: algo ocurre.

Ése algo es, obviamente, la imposibilidad de que el trabajo asalariado sea la vía retributiva eficiente para que la sociedad pueda adquirir lo que produce. Eso sí: esta imposibilidad no será de ninguna de las maneras reconocida de derecho, sólo de hecho, a regañadientes y con complicadas frases como “solapamiento tecnológico” (The Economist), “lógica de un mundo que logrará producir lo mismo o más sin la necesidad de tanto trabajador” (Marc Vidal), “el sistema de protección social actual se está quedando obsoleto” (OCDE), “Usted no es necesario. Yo le doy una renta básica, pero usted no me crea problemas” (Niño-Becerra), todas ellas muy alejadas de lo que es cada vez más obvio y evidente: el salario (el trabajo asalariado) está dejando de ser la vía retributiva eficiente para que la sociedad pueda comprar las mercancías y servicios que ella produce (una acción, la de comprar lo que se produce, que, tal y como el mismísimo Ford ya advirtió en 1915, es esencial para que el sistema no colapse[3]).
El peligro, ése que anunciábamos arriba, estriba en vaciar la RBU de contenido social y disruptivo y evitar, aunque el mecanismo sea similar, y por ello se pueda mantener de forma engañosa el nombre de Renta Básica Universal (o algo similar), las razones para su defensa antes anunciadas, y que a todas luces son enojosas para la derecha.

- Por ser Universal y no dividir la población entre quien la recibe y quien no, no genera ningún tipo de discriminación o marginación.

Como el Propio Marc Vidal nos recuerda, un liberal, Milton Friedman (en un inicio, en conjunción con Tobin, aunque más tarde abandonó la idea por considerarla regresiva) apoyó una “renta básica en base a impuesto negativo sobre el salario”, lo que conlleva que sólo los contribuyentes con salarios bajos tendrían derecho a esa renta básica, quedando el resto por arriba sin cobrarla y los no contribuyente sometidos, en su caso, a cualquiera de los formatos de rentas mínimas de inserción.
Con los esquemas tipo “Friedman” tendríamos tres grupos con intereses encontrados: los contribuyentes que perciben la renta básica, señalados; los sometidos a rentas mínimas, sujetos a la trampa de la pobreza; y los contribuyentes que perciben la renta básica, con sentimiento de agravio.
Esta trampa parece burda, pero un buen vendedor hará que cualquier lego en la materia (y es difícil hoy abarcar todas las materias) caiga en ella a poco que la enmascare.

- Ataca el fundamento económico de la desigualdad extrema, pero no niega la posibilidad del mérito como opción individual.

Ya hemos visto lo que se le ha “escapado” a Niño-Becerra (“Usted no es necesario. Yo le doy una renta básica, pero usted no me crea problemas”). Una visión de derechas no entenderá la RBU como una herramienta para acometer los problemas sociales de la desigualdad, sino que la usará tan sólo para enfrentar problemas de orden público, tensionando a la baja (al mínimo imprescindible para que la situación no explote) el importe, y no, en cambio, adecuándolo a la capacidad de la sociedad de producir bienes y servicios.

- Es la lógica continuación del Estado del Bienestar, siendo un paso de importancia equiparable a la universalización de la sanidad.

Friedman hace años, pero también el conservador americano Charles Murray[4] o el laborista inglés Meghnad Desai[5] en el presente, son perfectos ejemplos de cómo usar, o más bien abusar, de un concepto para darle la vuelta y volverlo contra los supuestos beneficiarios: RBU, sí, pero a cambio de monetizar (o sea, privatizar) todo el Estado del Bienestar. Atender a estos zorros nos puede llevar a meter por la puerta de atrás de las políticas progresistas la monetización de los servicios. Para entender el impacto que puede tener una RBU planteada como alternativa a –y no como complemento y continuación de- las prestaciones de servicios sociales del Estado del Bienestar (educación, sanidad, dependencia…), conviene recordar qué ocurrió en Rusia cuando Vladimir Putin impuso en 2005 la monetización de las prestaciones sociales[6].

- Por ser un derecho subjetivo, independiza al perceptor, es decir, a la sociedad en su conjunto, de posibles sesgos de la Administración.
- Elude la trampa de la pobreza y combate la exclusión, permitiendo a la ciudadanía optar con una mayor igualdad de oportunidades a un trabajo u ocupación -asalariado o no- digno y acorde a su voluntad y capacidad.
- Aumenta la sensación de pertenencia, en libertad y no coactiva, a la comunidad, sin otra exigencia que la de ser ciudadano.

La libertad del ciudadano se puede decir (predicar, en la forma que usan los filósofos) de varias maneras. En particular la libertad se puede decir de manera “individualista, egoísta, avara y competitiva[7], y nadie negará que sometidos a la ley de la selva, donde reina la ley del más fuerte, es difícil inhibirse a esa forma de usar la libertad. Una RBU como “modelo empresarial independiente para evolucionar” (Marc Vidal); una RBU donde la “libertad individual” del ciudadano se basa en competir en el mercado por los bienes y servicios de primera necesidad (Friedman, Charles Murray, Meghnad Desai, Putin); una RBU por graciosa caridad ya que “usted no es necesario” (Niño-Becerra); una visión tal de la RBU nos pone ante una paisaje desolador: a cambio de la RBU debemos abandonar (desregular dicen, que así suena casi aséptico) la defensa de los trabajadores, convirtiéndolos en empresarios de sí mismos; la defensa de los ciudadanos, convirtiéndolos en consumidores; la defensa de la comunidad, convirtiéndola en mera agregación de individuos en competencia. A diferencia de la RBU de izquierdas, que es incondicional, la (falsa) RBU de la derecha no la ofrecen a cambio de nada, la dan a cambio del derecho a ser considerado ciudadano digno, a cambio de convertirnos en seres “individualistas, egoístas, avaros y competitivos”: nosotros, vienen a decir, le damos esta cantidad, y a partir de aquí ya sabe: espabílese.
La trampa radica en presentar una (falsa) RBU como algo independiente del resto del entramado institucional que nos protege: de las instituciones del mundo del trabajo: leyes laborales que regulen la defensa de los asalariados, fomenten la asociación y eviten la aparición de falsos autónomos; de las del mundo de la sanidad y la dependencia: leyes que nos protejan de los avatares de la vida; de las del mundo social y cultural: leyes que fomenten la integración social y la no discriminación.
La trampa que subyace a aquella trampa reside en presentar a las leyes en general como necesariamente coaccionadoras de la libertad, cuando por el contrario son, también en general, condición de posibilidad de la existencia de nuestra libertad individual en tanto que ciudadanos de una sociedad madura.
La RBU precisa del resto de las regulaciones para poder asegurar que la libertad del perceptor no se basa -no necesita- de la competencia sino que promueve la colaboración, impulsando con ello los sentimientos de pertenencia, responsabilidad, integración e independencia que empoderan tanto a la sociedad como a los ciudadanos tomados de uno en uno.

- Su puesta en marcha implica una mayor progresividad en las políticas fiscales, incidiendo en la mayor capacidad redistributiva de las mismas.

Ningún discurso de derechas plantea la RBU como una herramienta que mejore la redistribución. Todo lo contrario: o bien directamente niegan cualquier bondad a los impuestos (“Bajar impuestos no es pecado. Es una opción legítima”, Marc Vidal), o bien plantean la RBU a cambio de los impuestos dedicados a otros apartados o indican la no necesidad de nuevos impuestos en base a la mayor eficiencia de su gestión o su impacto positivo en la salud. Es decir: condicionan la RBU a su eficiencia (que nadie niega) pero le niegan su capacidad de hacer de la política fiscal un herramienta que mejore la progresividad de los impuestos y su capacidad redistributiva.

- No cuestiona la producción, por lo que ni es ludita ni se opone a los avances técnicos u organizativos. Sí cuestiona, sin embargo, cierta políticas de distribución de lo producido.

Cuando la distribución de lo producido, como ya hemos visto, no tiene en el salario solo su forma más eficiente, entonces ha llegado la hora de replantear si el mero salario es la mejor política de distribución de lo producido. Como ya habíamos advertido, es casi imposible que la derecha acepte de buen grado que tengamos que ingeniar nuevas formas de distribución (apropiación) de los bienes y servicios producidos; por ello, para amagar las verdaderas razones que hacen del todo necesario implantar una RBU, pondrán sobre la mesa sus razones (eficiencia del uso de los impuestos, libertad para comprar bienes y servicios, mantenimiento del orden público,…): lo último que aceptarán es que la suma de globalización, financiarización y robotización nos aboca a un colapso económico, político y social si las relaciones de distribución (la capacidad de apropiación de cada una de las clases sociales[8] a las que certeramente se refiere Buffet) no sufren el cambio disruptivo que conlleva una RBU sin apellidos.

Siempre que hemos defendido la RBU hemos querido dejar claro que no podemos obviar aspectos potencialmente negativos en su puesta en marcha, aspectos que deben ser tenidos en cuenta y pensada su respuesta, por aquello de que “si algo puede ir mal, irá”:

1) Cultura consumista.
2) Herramienta creadora de nuevas realidades.
3) Sociedad meritocrática.
4) Riesgo de monetización de los servicios.
5) Repliegue de la mujer a tareas de cuidado y del hogar.
6) No se ve como una consecuencia del Estado del Bienestar.
7) Fin en sí misma o camino hacia la Asignación para la Autonomía Incondicional.
8) Extra precarización de los inmigrantes (con o sin papeles).
9) Morir de éxito.

A todas estas tenemos que añadir una más que, "last, but not least”, tal vez sea por peligrosa la más importante de todas:

10) Vaciado de sentido progresista desde la derecha política.

La RBU ya está sobre la mesa: el primer paso ya está dado y, si no imposible, será difícil volver atrás. Ahora toca evitar que anulen la parte más revolucionaria (o disruptiva, hablando como tecnosociólogos) de su núcleo: modificar, para mejor, las relaciones sociales y políticas de distribución, y empoderar con ello a la ciudadania en su conjunto.

Rafael Granero Chulbi.














revo Prosperidad Sostenible




[2] Desde posiciones de izquierda ortodoxa (Paralelo 36, Andalucía, https://goo.gl/YFP8td), hasta sesudos libros de filosofía política liberal (Contra la renta básica, Juan Ramón Rallo, https://goo.gl/q2iuX0) pasando por análisis que comparan peras con manzanas (Siete argumentos contra la Renta Básica Universal y a favor del Trabajo Garantizado, Eduardo Garzón, https://goo.gl/3Tv6dM)
[3] De lo expuesto no cabe deducir que apoyamos el consumismo; por el contrario, entendemos que de una manera u otra debemos buscar alternativas al consumo actual, alternativas que, necesariamente, pasarán por producir distinto, si no directamente menos. No obstante debemos advertir que una menor producción significaría, al igual que significa una mayor productividad, una menor necesidad de trabajo remunerado total, lo que conllevaría una menor retribución a la sociedad en el epígrafe de salarios y seguiría siendo igualmente válido que el salario del trabajo remunerado “dejaría de ser la vía retributiva eficiente para que la sociedad pueda comprar las mercancías y servicios que ella produce”.
[4]Más recientemente, intelectuales conservadores de cabecera en EE UU como Charles Murray han defendido el concepto como una alternativa a un Estado de Bienestar que detestan y que, a su juicio, está en pleno proceso de “autodestrucción”. Murray propone una asignación anual de 10.000 dólares (algo menos de 9.000 euros) al año a cada adulto mayor de 25 años que sustituya a todas las transferencias sociales y al programa de atención médica Medicare. “Bajo los criterios conservadores”, escribía recientemente el politólogo del think tank American Enterprise Institute, esta renta básica “es claramente superior al sistema actual para terminar con la pobreza involuntaria”. Se trata, argumentan, de unificar el complejo sistema de ayudas sociales vigente en muchos países, simplificar la burocracia, eliminar ineficiencias y reestablecer la libertad individual.” El País, 11/09/2016 , https://goo.gl/DVevpG.
[5]Leí esta idea hace tiempo en trabajos de laboristas británicos tan solventes como Meghnad Desai -veáse el libro de Robert Skidelsky y otros, «The state of the future» (Londres, The Social Market Foundation, 1998)-. Se trata, efectivamente, de redistribuir, de que el Estado le dé a la gente dinero, pero sólo dinero. Se privatizaría todo el Estado menos el Ministerio de Hacienda, se acabaría con el Estado del Bienestar, todo el mundo recibiría en su cuenta bancaria todos los meses su «renta básica», y a partir de ahí compraría los bienes y servicios, que serían todos privados.” ABC, 19/08/2006, https://goo.gl/0nbRrZ.
[6] “…las pensiones siguen siendo bajas –2.395 rublos al mes (85 do lares) en 2005– y la monetización de una serie de prestaciones sociales en 2004 ha limitado aún más los recursos de los pensionistas. Su nivel de vida se ha erosionado al tener que pagar el transporte y los servicios públicos, que antes eran gratuitos, y por la inflación, antes superior al 10 por 100, ahora en el 9,7 por 100, pero aún así́ probablemente superior al ritmo de aumento de la pensión media.” (página 2). “Como ya se ha señalado, la Administración de Putin no ha redistribuido activamente la riqueza […] de hecho, su régimen fiscal pretende precisamente beneficiar aun más a los ricos, mientras que la monetización de las prestaciones sociales y el aumento del precio de los servicios públicos perjudican a los pobres.”(página 59), LOS CONTORNOS DE LA ERA PUTIN, Tony Wood, (https://newleftreview.org/article/download_pdf?id=2659&language=es)
[7]El propio sistema está polarizando la sociedad, el grado de desigualdad y la tasa de pobreza están manteniéndose, junto a la precarización del trabajo y, por tanto, a la inestabilidad vital.” Salud mental en una sociedad neoliberal, P. Cervera, eldiario.es, 26/05/2017, https://goo.gl/nJQsrz.
[8] Aún sabiendo que esta nota queda pendiente de argumentar y desarrollar como una posible tesis, vamos a avanzar una propuesta: existen dos clases, a saber: una, la que podemos llamar “asalariada”, formada por las personas que para vivir con dignidad dependen de que existan impuestos como soporte a los servicios públicos (conjunto de ciudadanos que dependen directa o indirectamente de un salario o de las cotizaciones e impuestos asociados directa o indirectamente a la producción, y dedican sus rentas -salario, ganancia, pensión, subsidio o similar- principalmente al consumo y a pagar impuestos para hacer funcionar la parte pública de la producción de bienes básicos; se debe incluir a los que no trabajan, por ser estudiantes, estar en paro, producir en autoproducción/autoconsumo, trabajar en tareas de cuidado y hogar, jubilados o similares, ya que también son, ni que sea indirectamente, salario-dependientes); y otra, la formada por las personas que podrían vivir con todos los servicios privatizados. Somos conscientes de que nos alejamos de otras propuestas, como la de Guy Standing y su clase precaria, pero a nuestro favor diremos que, en nuestra opinión, definir dos clases, y hacerlo en base al ejes impuestos/servicios públicos vs servicios privados, nos permite situarnos en la línea de un Marx y un Sraffa debidamente actualizados. 

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